REFLEXIÓN - MADRE ABANDONADA


MADRE ABANDONADA


 Ana, adolescente madre soltera, despreciada por su familia y rechazada por el padre de su única hija, vagaba por las calles mendigando para sobrevivir con la niña.  El encuentro con don Silvio y su esposa, doña Elena, le pareció su salvación: Después de conocer su historia, la convencieron para que fuera a vivir a su casa y los ayudara en los trabajos domésticos; a cambio, le darían alimentación y cobijo.  Pero le ponían una condición: Ana tenía que entregarles a su hija, ellos la criarían como propia.

Doblegada por la necesidad, aceptó la desnaturalizante propuesta.  Se resignaba porque sabía que estaría cerca del fruto de su vientre y podría prodigarle cariño.  En efecto, aunque la niña dormía en una pieza que la pareja adecuó con primorosos detalles, quien la cuidaba, le daba leche de su seno, la hacía dormir y la mimaba, era Ana.

Los esposos bautizaron a la pequeña y la adoptaron legalmente.  Elenita se convirtió en el centro de atenciones de la casa, mientras Ana, con mansedumbre, aceptaba su papel de empleada doméstica.  Sin embargo a la niña la llamaba su sangre y no le decía “mamá” a doña Elena sino a quien la había parido y criado.  Eso incomodó a la pareja y motivó a que despidieran a Ana.

Instalada como trabajadora doméstica en una casa cercana, Ana ocultó su presencia por años.  La niña que extrañaba a su nana y la reclamaba, se fue resignando y terminó por olvidarla.  Convertida en una exitosa ejecutiva, y ya muertos sus padres adoptivos, Elenita necesitó contratar a alguien que la ayudara en los oficios de su moderno aunque pequeño departamento.  Así fue como Ana encontró la oportunidad de volver a estar con su hija.

Eso de que “la sangre llama” se hizo patente cuando a los pocos días de que Ana pasó a trabajar con ella, Elenita sintió tal identificación y tan profundo afecto por la madura mujer que empezó a experimentar extrañeza por esos sentimientos.  Hasta que se lo hizo saber a su empleada: “Anita, usted me recuerda a alguien de mi infancia; no puedo precisar a quién, pero la verdad es que siento un enorme cariño por usted”.

Ana no soportó más y le contó la historia de su vida.  Curiosamente, a Elenita no le sorprendió en absoluto lo que la mujer le contaba; al contrario, exclamó: “¡Yo sabía, yo sabía que algo especial nos unía!”, abrazó a su madre y empezaron a vivir una nueva fase de su singular existencia.-


REFLEXIÓN

El amor de madre es superior a los afectos artificiales que pudieran generar relaciones forzadas surgidas de circunstancias determinadas.  El lazo que unía a Ana con su hija fue más poderoso que el paso de los años y la distancia física que las separó por tanto tiempo.


 PENSAMIENTOS

*         La siembra de amor algún día nos brindará sus deliciosos frutos.
*         No siembres en terreno ajeno, porque el dueño cosechará su fruto.
      *     El amor de madre es sublime y superior a las adversidades.


Autor: Fernando Saltos Molina